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Andrea Wulf

La invención de la naturaleza

Per Blog de La Central
18.10.2016

La invención de la naturaleza
Wulf, Andrea La invención de la naturaleza 22,71 €
¿Qué tienen que ver la ciencia, la poesía y la política entre ellas? ¿En qué momento la ciencia se convirtió en una disciplina que, en apariencia, no guardaba relación alguna ni con la subjetividad y la imaginación, ni con las tendencias ideológicas? Lo que La invención de la naturaleza retoma es la exigencia universal, sin parcelar, el interés omnívoro, del naturalista –y con ello digo filósofo, científico, poeta y pensador de su tiempo– Alexander von Humboldt. 

Un interés que superaba las fronteras de lo definido para cada saber y que se expandía sin medida sobre todo aquello que supusiera un reto para el pensamiento, que despertara una insaciable curiosidad y ayudara, siquiera un poco más, a comprender la complejidad del mundo que le acogía. Von Humboldt fue, tal y como lo retrata Andrea Wulf, alguien que no renunció jamás al deseo de aprender, manteniéndose en esa suerte de segunda inocencia que permite que se hagan las preguntas adecuadas. Al mismo tiempo, sin embargo, fue un aventurero que recorrió durante cinco años parajes inexplorados de Latinoamérica –el auténtico «descubridor de América», tal y como lo apodó Simón Bolívar– y que, gracias a la rica herencia familiar, pudo recorrer mundo conociendo a los más ilustres de esa comunidad que fue la República de las Letras. 

De la admiración que le profesó Goethe, quien, según cuenta Wulf, escribió el Fausto por arrebatos que coincidían con las visitas del todavía joven Humboldt, a la simpatía de Thomas Jefferson hacia el europeo que amaba América, pasando por el reconocimiento internacional de la comunidad científica o por la cantidad de jóvenes inquietos que se inspiraron en los viajes humboldtianos para iniciar, ellos también, su propia aventura; de todo ello, digo, se vislumbra la imagen de un ilustrado que fue, sin la menor duda, una clave de bóveda del rico y variado mundo intelectual posterior a las revoluciones francesa y americana: todo un acompañante del nuevo mundo político, científico y artístico que, en Occidente, trajo consigo la Ilustración. 

Un mundo, por cierto, del que ya, tal vez, solo nos queden las migajas. Como bien se encarga de apuntar Wulf, Humboldt nos legó una visión de la naturaleza, toda una nueva manera de ver el mundo –podríamos decir, también, que abrió las puertas hacia un nuevo paradigma–, de la cual ya no podemos separarnos hoy en día. No obstante, es esta misma perspectiva –que va de la Natürphilosophie de Schelling a gran parte del discurso ecologista contemporáneo– la que se ha visto tantas veces traicionada por una fragmentación de los saberes que no ha hecho sino resquebrajar nuestro vínculo con el mundo natural. Es aquí, según creo, donde se vuelve interesante la apuesta de la autora por recuperar la figura de Humboldt, un personaje un tanto olvidado y denostado, tras la crítica a la razón ilustrada. Para Andrea Wulf, componer esta biografía no es solo un ejercicio de erudición vacía, sino, ante todo, un gesto que quiere traer de vuelta toda la curiosidad, la inquietud y la actividad de una época tan intensa como revolucionaria, cuando estaba claro que la creación de discurso era algo más que retórica, era una pugna por diferentes maneras de habitar el mundo, de la cual ni el científico, ni el político ni el artista estaban dispuestos a quedar excluidos. 

Con una prosa amable y cuidada, y un ritmo rápido que nos lleva de Alemania a Francia, pero también a Rusia, Latinoamérica y los Estados Unidos de América, Andrea Wulf consigue retratar el paso del siglo dieciocho al siglo diecinueve, singularizándolo en el personaje de Von Humboldt. Seguramente sea ahora el momento de traer de vuelta las aspiraciones universalistas de cierta vertiente ilustrada, puesto que ya no podemos escapar de la proclamada entrada en el Antropoceno –donde política y geología van de la mano–, ni tampoco de la crisis climática, geológica y medioambiental, que ha adquirido dimensiones universales. Así pues, pensar el mundo en su globalidad, tal y como lo hiciera Humboldt, desde un plano total que no olvide las interrelaciones entre los diferentes elementos singulares que lo componen, es el reto que Wulf nos lanza y que quiere contagiarnos con su reseñable obsesión por el filósofo alemán. 
¡Fíjense en Humboldt! –parece gritarnos Wulf–, mientras le quedó aliento no dejó de sorprenderse por el mundo que le rodeaba, ni de comprometerse de forma radical con él.
 
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