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Ressenya

Arte Salvaje, una biografía de Jim Thompson

de Robert Polito, Es Pop Ediciones, 2014

Per Antonio Ramírez
15.9.2014

A hell of a woman
Thompson, Jim A hell of a woman 10,89 €
Cuando algunas de las personas que le trataron en vida, y a las que Polito logró entrevistar cuando preparaba esta biografía, recuerdan su primer encuentro con Jim Thompson  confiesan haberse sentido desconcertadas: no esperaban que el creador de unos psicópatas tan cínicos, crueles y retorcidos como Lou Ford o Nick Corey, fuese un hombre tan cordial y elegante, muy espigado, con aire taciturno y extremadamente tímido. Pero si entre la vida de Jim Thompson y el ambiente y los personajes de sus novelas existe un paralelismo tan claro es porque ambas, su vida y sus creaciones, comparten el mismo sentido trágico y profundamente oscuro. Trágico por esa obcecación con la que se entregan sin tregua a una tarea autodestructiva de la que no consiguen o no desean escapar; oscuros porque el suyo es un empeño por narrar de nuevo el descenso a los infiernos hasta alcanzar el fondo más siniestro de la naturaleza humana y sin esperanza de regreso.
Hijo de un sheriff de Oklahoma, nació en el primer piso de una prisión, su infancia transcurrió nómada entre Texas y el medio Oeste americano; su padre, un bocazas corrupto, amasó de pronto una fortuna especulando con petróleo que dilapidó también en un abrir y cerrar de ojos; nunca más logró levantar cabeza: fracaso tras fracaso, acabó sus días repudiado por todos. Sin haber terminado sus estudios, el joven Jim tuvo que ponerse a trabajar como botones en un hotel en horario nocturno; le tocaba procurar whisky y chicas a los clientes y entre una cosa y otra comenzó a beber sin freno. Ya no pararía hasta el final.  Durante la Gran Depresión se unió de los hobos, buscándose la vida de cualquier manera entre las minas y las vías de tren; allí conoció a muchos de los personajes sórdidos que luego poblarían sus relatos, vagabundos, estafadores y charlatanes por las que siempre sintió una extraña compasión. Muy pronto se comprometió con las reivindicaciones de los mineros y se afilió al Partido Comunista. En Oklahoma trabajó como periodista en medios muy variados, entre otros un diario dedicado a la agricultura, al tiempo en que conseguía publicar algunos de sus reportajes sobre crímenes reales en las revistas del género como Saga o True Detective; no obstante, su carácter intransigente, sus problemas con el alcohol y su estilo complejo y a veces deshilvanado, le provocaron continuos desencuentros con los editores y las autoridades.  
Sus novelas casi nunca fueron bien apreciadas. “Espera, me haré famoso diez años después de muerto”, solía repetir Thompson a Roberta, su mujer.  En 1952, después de uno de los períodos más desesperados, agobiado por los problemas económicos, el ambiente asfixiante de su entorno familiar y destrozado por el alcohol, Jim viajó a New York para encontrar a Robert Hano, editor de Lion Books, colección de novelas policíacas en formato popular (llamadas “Pulp fiction” por estar impresas sobre papel de pulpa, el más barato). Sucede entonces el episodio más fabuloso de su biografía: encerrado en el cuartucho de un hotel de mala muerte, trabajando sin freno, casi sin comer y dormir, y sin abandonar nunca la botella, entre 1952 y 1955 escribió 13 noveles y dos relatos autobiográficos, a razón de una obra cada 6 u 8 semanas. En este período increíblemente fértil Thomson escribió algunas de las obras maestras que hoy lo distinguen como uno de los escritores americanos del SXX más originales: The Killer Inside Me o A Hell of a Woman.
Una vez concluida la alianza con Lion Books, Thomson aterrizó en Hollywood como guionista de cine y televisión a tiempo parcial. Colaboró con Stanley Kubrik en Atraco Perfecto y Senderos de Gloria, pero poco a poco su actividad creativa fue apagándose. En un momento de lucidez, una década antes de morir, escribió “Pop 1280”, otra de sus obras maestras en las que un psicópata asesino narra en primera persona sus crímenes, con un tono socarrón y taimado que consigue engañar a todos, incluido el lector. Luego vendría el silencio y el olvido.
El más negro de los autores de novela negra, más nihilista y lacerante que Chandler o Caine, la obra de Thompson trasciende los límites del género.  Dotado de la capacidad para recrear un mundo propio, que aprendió de Faulkner (a quien veneraba), y con una virulencia verbal tan potente y sutil que no pocas veces recuerda a Cèline, el de Thompson es uno de esos casos tan poco frecuentes donde una obra en principio popular y efímera, consigue además  ser rompedora y original. En opinión de Polito, fragmentando la novela criminal y retorciendo las convenciones del género, Thompson logró emparentarse con la literatura contemporánea más vanguardista.  Tal vez por eso hoy nos resulta tan fascinante.
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