Óscar Zeta Acosta, el Búfalo Pardo, y también el Dr. Gonzo de
Miedo y asco en Las Vegas, es uno de los personajes fascinantes de la historia chicana, titular de una vida alucinante de drogas –anfetaminas y LSD–, sexo –mucho en potencia y poco en acto, si hacemos caso a sus propias declaraciones– y alcohol –cualquier bebedizo que superara los 40º servía–, referenciado por algunos de los gurús más santificados de la contracultura norteamericana, aunque ignorado como consecuencia de su origen; en la contracultura oficial también había clases. Siendo abogado de los Servicios Sociales, decidió abandonar el trabajo y a sus allegados, es decir,
el sistema, y se echó a la carretera con unos pocos dólares y su Plymouth verde del 65; el fruto de ese viaje, con esporádicos
flashbacks a un pasado igual de tenebroso, es su
Autobiografía de un Búfalo Pardo. Desmadre absoluto, ésa es la palabra clave de la
Autobiografía, unas pocas y excepcionales ocasiones de lucidez –perdón, de sobriedad– entre nebulosas de alcohol de diversas concentraciones, o Budweiser o whisky
home-made, de LSD-25 camuflado como aspirinas, anfetaminas y un largo etcétera –ahí sí está la lucidez, deslumbrante. Todos estos Estados Alterados de Conciencia le proporcionan una rica y variada vida interior: la presencia continua del comecocos judío, que aparece cuando menos se lo espera, en el lavabo o en el asiento del copiloto del Plymouth, y sin tener que hacer frente a insaldables minutas de honorarios; la posibilidad de consultar con el viejo Bogey, con su sonrisa aviesa, algunas dudas puntuales; o los húmedos encuentros en la ducha con la apetecible vecina. Al final de uno de esos viajes, desapareció sin dejar más rastro; sólo hizo una llamada a su hijo cuando "estaba a punto de subir a un barco lleno de nieve blanca".