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«Evidentemente todo se reduce a una cuestión de poder», sostiene Bobbi hacia al final de Conversaciones entre amigos, «pero es más difícil determinar quién tiene el poder, así que preferimos optar por la “simpatía” como sustituto». Esta conversación, que es la primera que mantienen Frances y Bobbi sobre su ruptura, después de mucho tiempo siguiendo como amigas y participando juntas en actuaciones poéticas en Dublín, concentra algo muy característico de esta novela (más, todavía, si tenemos en cuenta que esta intervención acaba mencionando el conflicto entre Israel y Palestina). Ante una novela como esta, aparentemente amable, divertida (aunque con su buena dosis de drama) y entretenida, que lo es, rápidamente nos percatamos de que las intenciones de Sally Rooney van mucho más allá. En Conversaciones entre amigos los personajes son inteligentes, rápidos, atractivos física e intelectualmente, hablan de su sexualidad sin tapujos, de frivolidades y de las democracias liberales al mismo tiempo, pero aun así falla algo: siempre hay una pieza que no funciona en este engranaje. Precisamente, esta complejidad de las relaciones que experimenta Frances a lo largo de la historia, en las que siempre se hace o se dice demasiado o demasiado poco, es de la que se sirve Sally Rooney para plantear temas como el sentimiento de vulnerabilidad y de culpa, la dificultad para gestionar las emociones (las propias y las de los demás), la diferencia de clases, la precariedad económica y laboral de los jóvenes, los conflictos familiares, la monogamia y el matrimonio.

Sergi Álvarez