El mal es real. No se necesita aportar muchas pruebas ni muy elaboradas para constatar su existencia. Otra cosa bien distinta es hablar de él; no en vano, se ha convertido en un auténtico reto para todos aquellos que conforman la cultura. Por si fuera poco, entre los objetivos que los intelectuales se marcan no se encuentra en primer lugar el de comprenderlo, menos aún pretender dar sentido al sinsentido, sino mantenerse con dignidad ante algo tan inconcebible y seguir en el mejor de los casos viviendo. Ante el problema del mal de poco sirve experimentarlo. De hecho, cuando alguien está sumido en él, cuando sufre en su carne la desgracia, apenas puede resolver su misterio. Siempre se necesita tomar distancia, contemplarlo en el otro, con la esperanza de comprender a través de él quién es uno mismo y qué es el mundo en el que habita. Tal vez la perspectiva paradójica que aporta lo inconcebible logre atisbar el sentido de lo real, de lo histórico, de lo terreno.