Recorridos

Tomas Tranströmer

El alquimista del frío

Estocolmo, 1931

Hubo un momento en la vida del escritor sueco August Strindberg (1849-1912), en el que, sufriendo uno de sus arrebatos de locura, tras un fracaso matrimonial y bastante hundido en la miseria, se empecinó en encontrar oro. Para ello, realizó todo tipo de experimentos químicos -y alquímicos- e incluso llegó a escribir un tratado referente a la materia, el Antibarbarus. Eso fue antes de su terrible testimonio vital, lúcido y desesperanzado, Inferno. Quizás si Strindberg hubiera sido contemporáneo de su compatriota Tranströmer hubiera dejado de buscar, y se hubiera dedicado a, simplemente, leer sus poemas: toda fuerza alquímica posible está condensada en sus versos, elementales, enraizados en la realidad, que tratan de describir con arrebatado misticismo.

Desde que el año 1954 publicara 17 poemas, Tomas Tranströmer fue moldeando una obra poética que ha ido creciendo sin prisa pero sin pausa. Imbuído de la tenaz y civilizada determinación sueca, el poeta de Estocolmo se ha erigido con el paso del tiempo en uno de los escritores fundamentales para entender la poesía del siglo XX. En castellano, la editorial Nórdica publicó el 2010 la antología El cielo a medio hacer. Este 2011, la publicación de Deshielo a mediodía, que antologa poemas de una decena de títulos desde ese seminal 17 poemas de 1954 a los haikús de El gran enigma (2004), ha completado la oportuna acometida. En catalán, ya en el 2007 la editorial Perifèric había publicado La plaça salvatge

Celebramos que la Academia Sueca haya premiado, otra vez, después de unos cuantos años de olvido poético, como si de un acto de reivindicación elemental e identitario al mismo tiempo se tratara, a un poeta sueco, "porque", han dicho, "a través de sus condensadas, translúcidas imágenes, nos ofrece un acceso fresco a la realidad."

Mirada del invierno

Me inclino una escalera y entro

con el rostro al primer piso del cerezo.

Estoy dentro del reloj de los colores, que suena a sol.

Me devoro los frutos negrirrojos más rápido que lo que tardan cuatro urracas.

De pronto soy alcanzado por un frío a larga distancia.

El instante ennegrece

y queda como la muesca del hacha en un tronco.

A partir de ahora, es tarde. Nos vamos corriendo a medias

hasta quedar fuera de la vista, abajo, abajo, en el antiguo sistema de las cloacas.

Los túneles. Allí caminamos durante meses,

la mitad en servicio y la mitad huyendo.

Breve recogimiento en el que alguna escotilla se abre sobre nosotros

y una luz débil cae.

Miramos hacia arriba: el cielo estrellado a través de la reja de alcantarilla.

Un poema de La barrera de la verdad (1978), antologado en Deshielo a mediodía, publicado en 2011 por Nordica Libros