Recorridos

Ray Bradbury

"Todas las mañanas salto de la cama y piso una mina. La mina soy yo. Tras la explosión, paso el resto del día juntando los fragmentos".

(Waukegan, Illinois, 1920 - Los Angeles, Califòrnia, 2012)

Hay escenas en la vida lectora de una persona que no se olvidan nunca. Es lo que pasa cuando uno lee Fahrenheit 451, la novela distópica que hizo célebre el recientemente traspasado Ray Bradbury. El bombero Montag dudando de sí mismo, adentrándose en el bosque, es una metáfora tan potente y tan catártica que uno puede recorrer siempre a ella y no cansarse nunca de ella. La novela toda ella, de hecho, es una metáfora perfecta. Fahrenheit 451: la temperatura a la que los libros creman; una historia que forma parte del panteón de las novelas impresincindibles de la literatura universal, y un canto de amor a los libros que, por muchas transformaciones que haya en el sector, precisamente, nunca perderá la fuerza que contiene. Es posible que hasta gane más con los años.

Lo cierto, sin embargo, es que Bradbury escribió mucho más que esta novela. Criado en Illinois, Ray Bradbury vivió los primeros catorce aoñs de su vida de manera nómada, hasta que en los difíciles años treinta americanos la familia se estableció en Los Angeles. Ávido lector y escritor aficionado desde muy pronto, el joven Ray no va poder assistir a la universitat per raons econòmiques, però va començar a publicar algun conte a les revistes de ciència-ficció de l'època, mentre venia diaris per guanyar-se la vida.

El año 1950, tras un largo recorrido como escritor de cuentos en revistas, pues, publicó las Cròniques marcianes, y en 1953, la famosísima distopía Fahrenheit 451, que el 1966 el cineasta francés François Truffaut llevaría a la gran pantalla. Desde entonces, Bradbury no dejó de publicar: más de quince conjuntos de relatos -de entre los cuales destacan Remedio para melancólicos (1960), El convector Toynbee (1988), o De la ceniza volverás (2001)- y una decena de novelas -como El vino del estío (1957), Cementerio para lunáticos (1990) o Matemos todos a Constance (2004).

"Narrador de cuentos con propósitos morales", como se autodefinió, esta especie de Mark Twain de la ciencia ficción americana del sigle XX deja con su muerte una obra fructífera, duradera, profunda, y una serie de imágenes inmortales que para siempre más pervivirán en la historia de la literatura. Quién sabe si algún día, como el héroe de su distopía, vagando por los bosques de un mundo que se habrá convertido en un lugar hostil, no peroraremos como vagabundos, con la palabra como único hogar posible, intentando evitar que los bombers provoquen los fuegos que cremen los libros -o los digitalice todos...-, de Pla, las novelas de Faulkner... o Fahrenheit 451, de Ray Bradbury.