Recorridos

Jaque mate

Bastante más que un juego, bastante menos que una ciencia

Un tablero. Ocho columnas y ocho hileras. Un drama bélico. Dieciseis piezas dispuestas a la épica del ingenio. Dramaturiga lúdica. Más que un juego, menos que una ciencia. Demasiado intelectual para ser considerado un deporte, aunque el COI lo contempla como tal, y como tal parece desarrollarse, a pequeña escala. La metonimia de un deporte, o de una guerra, en el que dos contrincantes juegan a ser dios.

Un rey, una dama, dos alfiles, dos caballos, dos torres y ocho peones... Táctica y estrategia. Sitiar el reino. Acabar con el rey. El ajedrez es una metáfora. De las clases sociales, de la guerra, del álgebra, de la condición humana. Probablemente originario de la India septentrional, desarrollado por los árabes después de la conquista (el autor del primer manual de ajedrez fue un árabe del siglo IX), fue incluso considerado en el inconsciente colectivo como un arma geopolítica en algunos momentos del siglo XX.

Más allá de su calidad de juego o de deporte y de sus cualidades metafóricas, además, el ajedrez se ha introducido de pleno en el terreno de la ciencia desde el momento en el que ha enfrentado a hombre y máquina. El 10 de febrero del año 1996, la computadora desarrollada por IBM Deep Blue le ganaba una partida al campeón mundial ruso Garry Kasparov, ante la sorpresa de millones de espectadores. Y ahí se abrían todos los interrogantes.

La poética del ajedrez. Cómo avanzan los peones, cómo el caballo salta por encima del resto, el álfil se mueve raudo y diagonal, la reina pone en jaque a todo el mundo, el rey intenta protegerse de las amenazas mientras las torres asisten... Incluso desde un punto de vista léxico hay una cierta riqueza. ¿Matar? Proteger. ¿Capturar? Defender. ¿Comer? Enrocar.

Drama algebraico, metáfora sociológica, juego de estrategia, deporte de la mente, el ajedrez es, en todos los sentidos, un mundo de posibilidades libresco.