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Esto es América

Entrevista a Richard Ford

26.07.2014
El pasado 5 de septiembre tuvimos la suerte de pasar una tarde con Richard Ford en una de nuestras librerías. Aprovechamos la ocasión para hacerle algunas preguntas y saciar nuestra curiosidad.

Neus Botellé. ¿Cómo afronta la elaboración de un nuevo libro? ¿Cuándo decide que es el momento de empezarlo? ¿Cuando tiene todo bien definido, o bien empieza a escribir y se deja llevar por la escritura diaria?

Richard Ford. Un poco de las dos cosas, pero invierto mucho tiempo en planear, porque tengo mucho miedo de darme contra un muro negro. Si escribo un libro, una novela, paso un año recopilando tanto material como me sea posible, de manera que, cuando empiezo, si me doy contra ese muro, dispongo de un material al que recurrir para bordearlo. Planifico, pero luego también me comprometo cada día, pase lo que pase, a la posibilidad de ser sorprendido.

N.B. Mientras escribe, ¿lee, o bien prefiere mantenerse al margen para no contaminarse de posibles influencias?

R.F. Aunque realmente no puedes llamar a la literatura «contaminante», entiendo a qué te refieres. Efectivamente hay libros que leería si estuviera escribiendo algo. Tiendo a leer más ensayo y a no leer tanto ficción muy estilizada, como la de Faulkner o algunos de mis amigos que son escritores muy estilísticos, como Thomas McGuane, e incluso James Salter. Pero tengo que seguir leyendo, el día es muy largo; puedes pasar la mañana escribiendo una novela y después tienes el resto del día, así que leer es parte del proceso. Leer te alienta.

N.B. La importancia del sonido de las palabras puede equipararse a la composición musical, quizá la poesía esté más cerca de esa musicalidad.  ¿En qué medida trabaja para hacer que esa poesía traspase en su prosa? ¿Qué poetas lee?

R.F. Sí que leo a los poetas. Leo a Philip Larkin porque tengo cierta afinidad con su punto de vista, aunque no creo que yo sea tan mezquino, ni en la página ni en la vida, como él parece ser. Leo mucha poesía americana, porque siempre escribo sobre americanos y sobre América, así que busco cosas en la poesía que me hagan reponer mi sentido de lo posible.  Pero al escribir frases, como soy disléxico y lento, gracias a la lentitud de mi lectura y a la de mi escritura, tengo acceso a todo tipo de cualidades del lenguaje que otra persona que estuviera leyendo por placer, quizás no percibiría.  Soy tan consciente de las frases que percibo de cuántas sílabas tiene una palabra, cuántos sonidos de «a» largas, cuántas consonantes y cuánto ritmo tiene una frase. Creo que son cualidades a las que los lectores son sensibles por debajo de su nivel de consciencia.  Trato de ofrecer esas posibilidades del lenguaje tanto como puedo.

N.B. Nació en Jackson, la misma ciudad en la que nació Eudora Welty, las comparaciones son odiosas, pero ha de ser un honor para un joven escritor tener ese vínculo con una escritora que parecía tan próxima y que tan bien reflejó su Jackson natal. Al igual que en lo que ella escribía, ¿hay mucho de la vida que le rodea en sus escritos?

R.F. Bueno, ella permaneció en Misisipi la mayor parte de su vida. Su relación con Misisipi era única. Yo, de hecho, trato de recrear lugares con una especificidad, con detalles y lenguaje que creo que crearán un sentido del lugar de la historia de los personajes. Eso es lo que hicieron Eudora y Faulkner, mis dos principales influencias cuando era joven, aunque fueran gente (como es el caso de Eudora) a quienes no leí hasta mis veinte.

N.B. Sus personajes siempre están muy elaborados, cuida hasta el último detalle de su indumentaria. ¿Cómo los estructura en una historia? ¿Hace que la historia se adapte al carácter que usted les ha dado, o bien son así por exigencias del argumento?

R.F. Soy consciente de que mi personaje principal conocerá a alguien en un momento determinado del libro. Tengo una idea de quién es esa persona, pero puede que cuando llegue finalmente al momento del encuentro, cambie de opinión acerca de algo porque escribo una frase y no me gusta como pensaba que me gustaría, así que cambio la frase y cambio el aspecto.  Lo que dice y cómo piensa la persona. Y esto necesariamente afecta a todo lo que viene después, así que hay parte de azar en la manera de proceder. Planeas todo lo que puedes planear, hasta llegar al momento de escribir, y no sabes cómo van a funcionar tus planes ahí. A menudo se da el caso de que abandonas el plan inicial.

N.B. ¿Es más fácil escribir sobre un personaje nuevo que continuar con otro que ya tiene multitud de seguidores?

R.F. Es mucho más fácil seguir con un mismo personaje. Muchísimo más fácil. El verdadero truco para crear personajes, es empezar a creer en ellos tú mismo. Y cuando empiezas con rudimentos, frases, líneas de descripción, es muy difícil pensar «este es alguien»; pero cuando tienes un libro entero con ese personaje, escribir otro libro usando extensiblemente el mismo personaje es más fácil. Y muy divertido. Es como visitar a alguien que te cae bien.

N.B. ¿Piensa en el lector cuando escribe?

R.F. Todo el tiempo. Si no, no escribiría. Bajo ninguna circunstancia escribiría libros a los 69 años, si no estuviera en colaboración con el lector. Quiero decir, el lector no me dice qué tengo que hacer; el lector me dice cosas acerca de lo que he hecho. Pero estoy seguro de que siempre escribí porque quería de alguna forma ser leído. Para eso están los libros. No son manifestaciones personales de los autores: son para los lectores.

N.B. Ajedrez y apicultura, dos mundos muy ordenados para un chico, Dell, protagonista de Canadá, que pronto verá cómo se derrumba su normalidad.

R.F. Supongo que sí. Verás, cuando escribí Wild Life en los ochenta, una de las cosas que nunca conseguí hacer fue darle al narrador una vida fuera de las exigencias del libro. Así que esta vez estaba determinado a darle una vida en vez de intereses, o pasiones, que estuviera fuera de las exigencias inmediatas del libro. Así que elegí cosas que me parecieron interesantes y de las que no sabía nada. Sabía un poquito acerca del ajedrez, pero nada sobre abejas. Así que aprendí cosas sobre abejas y las puse en la cabeza de ese niño. Pero lo hice de forma muy calculada, no porque me importaran en absoluto las cosas de las abejas ni las de ajedrez (creo que el ajedrez es el último confín de lo más aburrido).

N.B. ¿Cuento o novela? ¿En qué género se siente más cómodo?

R.F. Para mí escribir es escribir. A veces escribes algo largo y a veces corto. Es la única diferencia que conozco. Hay momentos en la vida de cada uno en que una novela larga es algo que no puedes tolerar. Hay otros momentos en los que una novela larga está a bordo, pero quieres seguir escribiendo porque hay cosas sobre las que deseas escribir, cosas que quieres convertir en historias, y en cuentos… O las nouvelles, ahora estoy escribiendo nouvelles.  En las lenguas romances a veces se confunde con «novela». Mi noción de nouvelle es la de algo entre una novela y un relato corto. Lo que Henry James denominó «la hermosa nouvelle».

N.B. ¿Escribe en silencio? ¿Con música?

R.F. No, en silencio. Escribo con un bolígrafo (este pequeño bolígrafo azul de mi bolsillo), en papel blanco sin nada en él, y en silencio absoluto. En un pequeño cobertizo en medio del Océano Atlántico, sin ventanas.

A propósito de Canadá

Dell Parsons es un muchacho que ve alterada su tranquila vida por un atraco que cometen sus padres y la posterior desaparición de su hermana, viéndose forzado a exiliarse a Canadá para huir de las autoridades estadounidenses; esta es la trama de Canadá, que queda desvelada en el primer párrafo de la novela.  El propio Dell es quien relata la historia de su juventud, atendiendo a tres fuentes de información: su propio recuerdo, el relato de su hermana y unas crónicas que escribió su madre desde la cárcel en la que estaba recluida y que son el verdadero nudo argumental, el desencadenante a partir del cual se despliega Canadá, las «memorias» de Dell: memorias sobre memorias.
Canadá no es solamente un libro maravilloso en que cada episodio articula un relato por sí mismo; es un catálogo de virtudes narrativas, una muestra indiscutible del temperamento de un escritor que ha alcanzado la excelencia, un manual de novelística imprescindible, la obra definitiva de un deslumbrante genio de las letras universales, una inesperada vuelta de tuerca en la obra del norteamericano, el culmen de la excelencia; una novela de las que marcan época y que desmiente con rotundidad ese velatorio en el que se han instalado los apocalípticos vates, fruto, a su pesar, de un posmodernismo fatalmente asimilado, que insisten en anunciar el irremediable deceso del género literario por excelencia, afectado, y ya va para un siglo, por una excelente mala salud de hierro.

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