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Libro de Horas de Beirut

Amador Vega

21.09.2014
Amador Vega, estudioso de la mística occidental y sus relaciones con la estética, ha compuesto la crónica de su particular viaje a Oriente como un entramado sutil en el que varios niveles simbólicos se entrecruzan. Un hilo de la narración podría leerse como el registro de las impresiones de un profesor universitario que abandona el mundo cerrado de la investigación académica, las lecturas y la reflexión abstracta en el aislamiento de su biblioteca, para adentrarse de lleno en la vida sangrante de Beirut, “un cuerpo torturado por una completa síntesis de todos los excesos y bellezas de este mundo”, una ciudad en permanente guerra consigo misma, en una región donde las certezas occidentales sobre la “muerte de Dios” deben ponerse en entre dicho.  
Permanecerá en la ciudad varias semanas impartiendo un curso sobre Ramon Llull, una lectura detenida del Libre d’amic e Amat. La huella del inmenso empeño llulliano por forjar un algebra combinatoria, una “gramática teológica”, un principio de racionalidad aceptado por todos como herramienta que permitiera a las “comunidades del Libro” superar por fin las disputas doctrinarias, estará presente en estas páginas como la imposible empresa de conversión y confluencia que fue, como la sombra del fallido “viaje a Oriente”, naufrago en las tempestades del dogma, del sabio mallorquín.
En una tierra donde se han enfrentado las tres religiones monoteístas como en ninguna otra, la mirada del viajero evita las rígidas taxonomías marcadas por las diferencias rituales y doctrinarias. Por el contrario, su atención se dirige hacia la vida que discurre entre grietas abiertas y trincheras rotas en las guerras recientes para percibir, no sólo los conflictos nunca resueltos que perviven, sino también la potencia de unas pasiones paganas que se resisten a ser sofocadas bajo la presión de las iglesias.  
El relato del ir y venir cotidiano, el registro de las rutinas del visitante que poco a poco se va acoplando a la ciudad –las tardes en los cafés, los paseos por la orilla del mar,  las visitas a las afueras de la ciudad, los compromisos sociales, el ruido de las grúas de construcción, el tráfico infernal-, nada nos cuentan sobre sus sentimientos más íntimos. Y es que no es este un viaje de exploración personal: incluso cuando nos habla de su infancia, de “los sentimientos crecidos frente al mar”, el autor está, más bien, recorriendo aquellos lindes porosos que separan y a la vez confunden lo profano y lo sagrado, explorando los caminos que, a partir de lo sensible, nos permiten vislumbrar un sentido para nuestra experiencia. El medio en el que ocurre esta transformación personal, el vehículo que nos permite realizar estos trayectos entre lo profano y lo sagrado, no es otro más que la escritura. La escritura como soporte de comprensión, como lo fue para Ramon Llull.
Las notas de este dietario son páginas a las que podríamos volver una y otra vez; no sólo por la delicadeza y la belleza de algunos pasajes, sino porque de ellas surgen destellos de fuerza propios de esos inusuales momentos en los que sabiduría del espíritu regresa para posarse sobre lo sensible.

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