Queda lejos, pero no tanto. Los lazos que unen la cultura occidental y la oriental son tangibles y, cada vez más, susceptibles de desaparecer. Una muestra de ello es la recepción que el cine japonés, por poner un ejemplo, tiene desde hace años en nuestras pantallas y cinematografías. Lejos de la curiosidad, de un interés por lo exótico y ajeno, el acercamiento que procuramos hacia esta cinematografía (y que extendemos aquí en este itinerario bibliográfico) responde casi siempre a una voluntad de encuentro con formas análogas de cultura y representación. Si los orientales adoraban a los nórdicos (los Sjöstrom, Bergman y Tarkovski), por su compartido misticismo y compromiso poético y moral, encontrando en ellos un reflejo suyo no tan lejano, hagamos lo propio con el cine japonés. Recorramos el tiempo y el espacio, y lo que falte, para reencontrarnos, puntuales a la hora de la infusión, con unos viejos hermanos que, desde su rincón, parecen querer ver el mundo con ojos diferentes. Y es que esta sería, fisiológica, la única diferencia.